“Lo que distingue una obra de arte es la determinación de su forma. En definitiva, que cada elección se perciba (perviva) como una condición necesaria. La experiencia nos confirma que en un momento dado del proceso uno tiene la sensación o la confirmación de que ya no hay elección, de que las decisiones son consustanciales a la obra, independientes del propósito inicial, del gusto personal o de las reglas (aplicadas). Cuando el artista acepta un papel vicario, un papel de mediador, la obra gana en solvencia porque la decisión de la forma normalmente responde a necesidades auto-regulatorias. La (belleza de) naturaleza desconoce su razón, e igualmente la forma consubstancial no pide (necesariamente) permiso al autor.
La obra abierta, incompleta por definición, es hoy en día nuestra manera natural del entender una obra de arte; es, la mayoría de las veces, una etapa intermedia en un proceso inconcluso, fácticamente indeterminado, posiblemente interminable; es, casi siempre, una etapa sin consolidar en un proceso sin anclaje inmediato. El arte contemporáneo es irremediablemente fragmentario y parcial.”
“La serie El que guarda su boca guarda su alma (2020-21) está formada por pequeñas piezas pictóricas realizadas sobre las guardas de las tapas desencuadernadas de enciclopedias o libros de saldo. Estas tapas, que son los restos reciclados de esos libros que utilizo para hacer collages, funcionan como reliquias “povera” convertidas en improvisados soportes donde poder pintar con absoluta libertad pequeños dípticos que se despliegan como las cromáticas alas de una mariposa o como las innocuas serigrafías de un test de Rorschach; unos dípticos que son la consecuencia de desdoblar el soporte y ver al mismo tiempo dos imágenes teóricamente enfrentadas, dos imágenes anteriormente encaradas en su incomunicada intimidad. Partiendo de estos emparejamientos de imágenes siamesas, se hace patente que el único debate estético que prospera es, en definitiva, el que se da entre lo que se repite y lo que se diferencia.
En esta pintura-collage los fragmentos deshumanizados –desfigurados y reconfigurados, deconstruidos y reconstruidos–, los fragmentos de la anatomía procesual, vienen a ser una especie de mediadores que permiten reconstruir un sujeto-posible en el caótico crisol de la deshumanización del arte. Y para constituir esta pintura sin referente particular, para constituir esta geografía emocional, para formalizar esta anatomía y esta fisionomía, no me queda otro remedio que valerme de la autogeneración de las estructuras histológicas, de los anudamientos y las ligaduras que trenzan un tejido, de las superficies que se repliegan para crean los órganos y de las tensiones musculares que delimitan las puertas de entrada y las vías de escape.”
“La belleza inasible no se puede retratar. Como la pureza, es un ideal. Cuando el manto envolvente se rompe (como se rompe la crisálida) en el acto gozoso o liberador del cuerpo, la naturaleza se muestra en toda su crudeza. Desnuda, hecha mirada, despojada del manto que proscribe su visibilidad, la belleza pierde su carácter virginal, pierde su condición ideal y se convierte en el espectáculo de una fugacidad, en el resplandor de un instante, en una electricidad estática superficial. Vemos pues, que la belleza, que la iridiscencia cromática de esas psiques que aparecen y desaparecen en la sinuosidad de su vuelo fugitivo como en una victoria alada (El paciente insecticida, 2018) o en una buenaventura angelical (Psique, 2020-21), es algo temporal, una brevedad, una lejanía del ser que acaba abandonándonos y que sólo se puede recordar o imaginar.
Como el entomólogo que atraviesa con un alfiler el cuerpo rígido de una mariposa para que pueda apreciarse la tornasolada pigmentación de sus alas, también el pintor inmoviliza el tránsito de las formas para encontrar la forma exacta o la forma adecuada, la armonía o la lógica. O como se le ha llamado siempre, la belleza. El pintor detiene el fluir de la psique, el deseo de ser apariencia en una materia pictórica que ya es para siempre una imagen fija, una imagen-muerte. Pero imagen-muerte de una psique todavía actuante, de una psique que parece tener vida o retenerla porque es expresiva, porque es la réplica de una semántica corporal llena de vida. La pintura es una actividad paradójica que alcanza su máxima expresión cuando restituye la in-quietud constitutiva de lo que tiene vida. Sea esta inquietud una cosa visual o una cosa mental. La pintura nunca dejará de ser un pensamiento de los ojos para los ojos que se hace modélico, precisamente porque da estabilidad a lo que tiembla.”
“Mi manera de abordar la pintura, en el plano formal y en el plano semántico, es por capas superpuestas de rizomas de elementos que se extienden horizontal y verticalmente por la superficie del cuadro. Primero incorporo esos elementos exógenos y luego los reordeno para ver qué pasa. En el plano del lienzo los nódulos de sentido se van comunicando unos con otros hasta crear una máquina de sentidos múltiples. No hay un significado sino múltiples significados que se solapan, se sustituyen, se complementan, se contradicen, se articulan entre ellos. Por así decir, mi pintura es un lugar de creación de sentido, más que un lugar donde detallar una idea preconcebida.
En cualquier caso mi pintura, ahora, no debe verse sólo en profundidad, la ilusión del espacio la doy por descontada. Estos cuadros últimos, que son de gran formato, hay que verlos también en toda su extensión horizontal. Su planteamiento tiene que ver con una pintura que se desarrolla (o desenrolla, pienso en los biombos japoneses o en la pintura china en rollos de papel). El motivo se narra secuencialmente en un único plano, que puede ser tan extenso como se necesite. Y este planteamiento expandido puede aplicarse también a las piezas modulares.
En este sentido la pintura acoge una temporalidad. Es una huella del acontecimiento, pero una huella que registra diferentes momentos del acontecimiento (plástico). Supongo que la idea que queda es un reflejo de la incertidumbre del ser, de un ser en un estado (de buena esperanza), de un ser en transformación. El objeto que se representa es la foto fija de un ser que se está materializando. El cuadro reclama una lectura lineal que va desarrollándose en una especie de bucle sin principio y sin final, que retorna sobre sí misma porque principio y final son coincidentes. El objeto representado, la cosa pintada, no acaba de estar resuelta porque todas estas obras aluden a un ser inconcreto, precisamente porque ese ser todavía se está formando. El objetivo de lo que tiene vida es perdurar vivo el máximo tiempo posible y mientras tanto regenerarse en nuevos seres portadores de su legado genético. En ese sentido la pintura, como la vida, busca la manera de perdurar como dispositivo expresivo, indagando nuevas formas y nuevas maneras de hacer(se). La vida se refleja, sí, pero solo como una especie de inercia.”
Daniel Verbis